Intrahistoria: Un hombre de negocios.

 
Imagen niño

Imagen de pixabay.com **[Moncho]** ¿Cuántas veces hemos oído hablar de exitosas carreras de negocios, muchas de las cuales son protagonizadas por personas de origen humilde? Piedras que un carácter resuelto, aun sin proponérselo, talla para sacar de ellas la misma forma de la virtud. Manuel era de esa naturaleza. A sus 10 años era un niño desobediente que rompía los pocos juguetes que tenía para ver como eran por dentro. Su padre, hombre tranquilo y sensato donde los haya, a veces perdía los nervios con él, pero esos episodios de ira paterna al chiquillo le parecían poco menos que pintorescos. No obstante, Manuel era responsable cuando la situación lo requería y su padre confiaba en él. Cierto día, con motivo del mercado anual, la familia se desplazó del campo a la ciudad con el fin de vender un ternero y algunos productos de la huerta. Aquel era un evento de suma importancia para su economía ya que les había llevado ocho largos meses de sacrificio criar un magnífico ejemplar, por el cual esperaban pingües beneficios. Al llegar al mercado se distribuyeron el trabajo, montando así la madre su puesto de huevos y verduras en la zona habilitada al efecto, y el padre instalando a su ternero a la sombra de un robusto castaño. Manuel iba de uno a otro, ya para buscar agua, ya como mensajero… A la mujer le iba bien, vendía con facilidad y a buen precio; pero el futuro de la familia dependía de la venta del ternero, por elque pedían catorce mil pesetas. Veían a sus vecinos cerrar sus tratos pero en cuanto hablaban de dinero con alguno de los compradores, aquellos daban la vuelta y no querían saber nada ni de cuidados veterinarios, ni de alimentación, ni de cualquier otra cosa que no fueran las dos mil pesetas de diferencia que había entre el ternero de Manuel y los demás, porque la mayoría se estaban vendiendo a doce mil. Así pasó la mañana y a última hora cansado y derrotado, su padre le dijo a Manuel que se quedara cuidando al ternero mientras su madre acababa de recoger el puesto y él negociaba el transporte del animal de vuelta a casa. Insistió en que si alguien se mostraba interesado en comprarlo dijera que no estaba en venta. Al fin se marchó y dejó a Manuel cavilando sobre la gran misión que le acababa de encomendar. Más que abrumado, estaba desconcertado. No entendía por qué su padre, que obviamente quería vender el ternero, le había dicho que dijera lo contrario a cualquier interesado. Se dijo que probablemente su padre no confiaba en que él pudiese hacer la gestión. Así que tomó una decisión. Si alguien preguntaba por el ternero, él no mentiría porque si aquel no aceptaba el precio, no se comprometía en modo alguno, y si aquel estaba dispuesto a pagarlo, su padre estaría tan contento que lo más probable es que le diese una buena comisión. La ocasión no se hizo esperar y pronto llegó un tipo trajeado al que Manuel tomó inmediatamente por un ministro. Cuando Éste le preguntó por el animal, un hombre de diez años le respondió con orgullo que costaba dieciséis mil pesetas. El ministro asintió y comenzó a hacerle preguntas a cerca de la vida del ternero mientras lo examinaba. Manuel contestó a todo porque él había sido parte activa de aquel proceso y sabía de lo que hablaba. El hombre, satisfecho, puso sobre la mano del niño, papel sobre papel, dieciséis billetes de mil lo que a él le pareció una fortuna. Luego desató al ternero y se lo llevó. Manuel se sentó al pie del tronco del castaño para esperar a sus padres embriagado por aquella dulce dosis de suficiencia. Su primer impulso había sido correr a buscarlos pero enseguida desechó la idea porque había demasiada gente y no sabía si su madre habría recogido ya el puesto. Estaba durmiendo cuando escuchó sobresaltado el grito de su padre: * ¡Manuel! * Se levantó de un salto. * ¿Dónde está el ternero? * Es que vino un señor… – comenzó a decir todavía aturdido. * ¡Te engañaron! ¿Yo qué te dije? – y las últimas palabras quedaron eclipsadas por una sonora bofetada. Manuel lloraba, su padre gritaba y la madre los miraba preocupada. Al rato, el niño, tuvo un momento de lucidez y deslizó la mano dentro del bolsillo del pantalón. Cogió el dinero y se lo tendió a su padre en un gesto que bien podría ser la imagen de la humildad. Hubo una tregua y el mundo pareció detenerse para la familia mientras el padre contaba los billetes: * ¡Dieciséis mil! – dijo y después de dárselos a su esposa abrazó al pequeño como nunca lo había hecho. Ya en casa, aquel mal padre por un día, en un acto de redención, puso en la mano de su hijo un hermoso billete de veinte duros. En ese momento, Manuel supo que en el futuro el dinero estaría tan ligado a él como la herramienta al artesano.

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