Metáforas equivocadas: El Software.

 

«Poner patentes a licencias sobre el software es como poner patentes sobre las receteas culinarias. Nadie podría comer a menos que pagara por la licencia de la receta»». Richard Stallman

Probablemente esta que voy a explicar, es una de las metáforas más extendidas y peligrosas con la que nos tendremos que enfrentar en el futuro. El Señor Richard Stallman lo tuvo claro desde el principio y sin duda le debemos muchísimo por esta revelación.

Vamos a ver, cuando tu pagas por una cosa, se supone que la cosa es tuya ¿verdad? Si algo es tuyo puedes hacer lo que quieras con esa cosa, incluso romperla si te apetece. ¿Porqué con el software esto no funciona? Aunque hayamos pagado por software no podemos hacer lo que nos de la gana con él; es más, incluso en ocasiones debemos seguir pagando para que el software siga siendo útil en el futuro ¿Esto debe ser así?

Piensa que en unos pocos años todo será sofware. Las herramientas con las que cuente la especie humana para seguir desarrollándose serán piezas de software. Estamos hablando de algo muy importante.

Imagínate dentro de unos años, con que le añadas menos de diez a la época actual será suficiente. Un buen día decides escribir en tu diario. Obviamente no es un cuaderno de papel. El papel ha empezado a ser un objeto caro y está reservado para cosas especiales. Además te acabas de descargar una app gratuíta para tu tablet donde además de escribir tus cosas, puedes añadir hasta cinco fotografías, dos canciones, así como pequeños clips de vídeo que no ocupen más de unos cuantos megas. Obviamente le pones una contraseña y encriptas toda la información, dado que no deja de ser un diario. Por todos es sabido que todo diario debe tener un buen candado, aunque sólo sea de adorno. Además sólo tienes que pagar diez euros anuales por el mantenimiento de la encriptación y un cortafuegos especial. Con este servicio te aseguras soporte, actualizaciones y retrocompatibilidad con los archivos «.diary» en los que se guarda toda tu información.

¿De quíen es la información que has escrito, las fotos que has hecho, los vídeos que has grabado?

Volvamos al pasado, antes de que el software existiera. Uno tenía unos folios con la marca de agua de un galgo estampada en ellos los cuales habían sido elaborados por la Papelera del Leizarán. Teníamos lápices con lineas amarillas y negras con la marca Staedtler, pero ni Leirazán ni Staedtler tuvieron nunca ni la capacidad ni la voluntad de apropiarse en ningún sentido de lo que nosotros hemos escrito, ni de lo que hemos hecho con los folios y lápices. A Leirazán nunca se le habría pasado por la cabeza demandar a nadie por cambiar el uso para el que se habían diseñado los folios, por ejemplo, haciendo una pajarita de papel, ennobleciéndolos al desarrollar el arte del Origami, o convertirlos en una pasta para esculpir una figurita de papel maché, a nadie se le habría ocurrido llamar a estas prácticas hacking, pero lo cierto es que lo son. Staedtler nunca ha podido ni podrá reclamar ningún derecho por lo que se ha escrito con sus lápices, ni por lo que se ha dibujado con sus productos. Ninguna de las dos empresas tiene la posibilidad de acceder, limitar o tener algún interés en lo que se ha hecho con sus productos… ¡Sólo faltaría! ¿Verdad? Pero eso es porque no pueden hacerlo. Porque debemos entender una cosa; siempre que alguien salga beneficiado todo aquello que pueda hacerse se hará.

Por tanto, cabe pensar que si Leirazán hubiera podido impedir que, salvo nuevo pago, sus folios se usaran para hacer Origami, o papel maché, lo hubieran impedido. Si Staedtler hubiera podido conocer todo lo que se ha escrito o dibujado con sus lápices y hubiera podido vender dicha información, sencillamente lo habría hecho. Lo que pueda hacerse se hará. Este tipo de prácticas que ellos no han podido hacer se han llamado «Generación artificial de escasez» y es en lo que nos estamos metiendo de lleno.

Volvamos a tu diario. Resulta que utilizas un sistema operativo de Microsoft para manejar tu tablet. La aplicación de tu diario es de una empresa llamada Dir o algo así. Para hacer fotos y vídeo, tu cámara usa un driver de Logitech, y para grabar audio un driver de Rode, que es la marca del micrófono. Para verlo todo en tu pantalla usas un driver de ATI/AMD. Los altavoces son Woxter así que también usas su software para escuchar la música que has puesto. La música que has puesto en tu diario es obviamente de tu cantante preferido, así que también deberías rendir cuentas a la SGAE. Tu teclado, el disco duro donde guardas la información, la tarjeta wifi por la que te conectas a internet, todas las muchas herramientas que has usado tienen, cada una, su pequeña pieza de software propiedad de una empresa distinta. Y todas ellas pueden, en teoría, acceder a la información que has ido generando con ellas, antes incluso que encriptes el archivo «.diary» con tu app recién descargada. Todos los driver se actualizan automáticamente conectándose a internet cuando les da la gana ¿Cómo sabes que el driver que usas para manejar tu teclado no envía la información que has generado con él? ¿Cómo sabes que antes de encriptar la información la empresa Dir que ha diseñado tu app no se guarda una copia de lo que guarda? ¿Cómo sabes que Microsoft no accede a los datos que guardas en tu disco duro? Sencillamente no lo sabes. Para saberlo tendrías que estudiar qué hace cada pieza de código que tienes instalado en tu tablet, cosa que sería posible si supieras interpretar el código y si tuvieras mucho tiempo o simplemente si mucha gente te ayudara en esa tarea. Pero ¿Sabes qué? es ilegal saber qué hace el sofware que tienes instalado en tu tablet. Es más, en nuestro futuro distópico, como accedas a él o lo intentes es perfectamente posible que se envíe una alarma a la empresa dueña del mismo. Lo que pueda hacerse se hará.

Un amigo te comentó un truco para saltarte algunas de las limitaciones que tu app de diario tenía. Con ese truco podías añadir las fotos que quisieras, y los vídeos y canciones que te diera la gana. Tu amigo te ha asegurado que mientras tus archivos estén encriptados nadie podrá enterarse de que te saltaste las limitaciones. Así que como lo que pueda hacerse se hará. Decides utilizarlo. Además esta modificación te permitía utilizarlo para hacer bonitas presentaciones en algunas charlas.

Con el tiempo has adquirido una nueva aplicación para el diario, esta es de pago, y por supuesto, has dejado de pagar los diez euros anuales de la anterior aplicación. Con eso has perdido parte de soporte y seguridad de tus datos, pero en principio no te preocupa demasiado. Sigues conservando tu aplicación con la que puedes acceder a los archivos «.diary». No te has dado cuenta que tras sucesivas actualizaciones los archivos «.diary»  han pasado a llamarse «.diary2», el cambio nunca te preocupó. Tus archivos antiguos seguían siendo legibles por tu app gratuita gracias a la retrocompatibilidad que te garantizaban esos diez euros anuales. Pero… has dejado de pagarlos. Con la última versión de tu app gratuita ya no puedes acceder a los primeros archivos que has creado, las condiciones estaban perfectamente claras en la normativa de condiciones de servicio que por supuesto aceptaste sin leer. Así que dado que la extensión de archivo «.diary» pertenece exclusivamente a la empresa Dir, dueña de tu app gratuíta, y dado que has dejado de pagar por la retrocompatibilidad, sencillamente no puedes acceder a lo que has escrito, ni siquiera a tus fotos y vídeos, porque los has encapsulado en ese archivo y no te habías guardado copia alguna de ellos, dado que como la misma app tenía permisos para usar la cámara, algunas fotos las habías hecho con ella, y estas fotos estaban guardadas sólo en el archivo «.diary» ¡Malditos!

Pero claro, como has dejado de pagar esos diez euros, tus archivos aunque siguen encriptados no tienen una especial protección. En realidad eso no te preocupa, porque a fin de cuentas ¡Ni siquiera tu puedes acceder a ese archivo! Pero claro, te has olvidado que te saltaste la restricción del número de fotos y vídeos que podías utilizar, y te habías olvidado que en las condiciones del servicio permitían a la empresa verificar que dichas restricciones no se saltasen, enviando cierta información de los archivos, como el peso en megas de los mismos. Ahora pueden ser objeto de verificación. Por cierto, has tenido conocimiento de que en este mundo futuro la SGAE ha estado haciendo convenios con empresas para garantizar que no se vulneren los derechos de propiedad intelectual ¡Maldita sea! Como averigüen lo que tienen los archivos te van a cazar por todos lados. Las multas están al orden del día. Tienes terror, incluso temes que se den cuenta de que usaste la app para hacer presentaciones!!. Así que decides hacer lo único que se puede hacer, borrar tus archivos. Y ahora te vuelvo a hacer la misma pregunta que al principio:

¿De quien es la información que has escrito, las fotos que has hecho, los vídeos que has grabado?

Quizá es tiempo para que empieces a preocuparte por el Software Libre.