
De wikipedia.org/wiki/Archivo:Días_calientes.jpg María se llamaba Maruja, hija de Mariana. Ella era, como se decía antes, de alta e importante condición. Pero a Maruja le parecían pamplinas los excesos de importancia ciertamente a su casa iban las marquesas, no sé si este era el título, de Rubianes; condesas de Romanones, ministros como Montero Ríos, dueños de pazos y destinos que nunca un marinero podría soñar; pero iban, eso si, a pelar patatas o hacer la comida… Porque doña Maruja tenía un padrastro en el dedo y una inteligencia que superaba la media. Otras veces era Maruja la que se acercaba a que le invitaran, otra vez las dueñas de flamantes edificaciones o de fincas llenas de verde y agua que bañaba el jardín. La mayor parte del tiempo se acercaba a sus amigas las Carrechas, dueñas del Lagar, un pazo convertido en restaurante. Aún lo recuerdo cuando todavía estaba vestido de arte y agricultura; y no luego que lo dejaron moderno y lujoso, y dónde, según creo, habían desterrado ya, el lagar que le daba nombre. Allí Maruja nunca pagó un sólo plato, aunque les aseguro que la comida del Lagar era digna de un buen sueldo. Todos los domingos iba a misa, claro; era lo debido. Pero ella no podía dejar de visitar por la mañana la playa de las Sinas que era privada de los dueños del Rial, otro pazo de la zona y en donde Maruja nunca era mal recibida. El caso es que un día, Marjua se olvidó el velo; prenda obligada para que una mujer entrara en una iglesia. Al llegar a la iglesia no había ya tiempo de regresar a casa así que Maruja, que no podía perderse la celebración eucarística, decidió que una media que llevaba en el bolso podría servirle para simular el tan ridículo velo cuya relevancia Maruja no entendía demasiado. No obstante sabía por experiencia, que sin él no era permitido entrar en lugar Sagrado; así que eso hizo doña Maruja; se colocó la media, no en la cabeza como los ladrones sino que con un poco más de recato. Tan dispuesta iba que pocos podían sospechar la situación que se avecinaba. No sé sabe muy bien cómo, el cura, que ya la conocía se dió cuenta del ardid, y aunque eran notorias las peleas que se traían entre los dos, no se llevaban mal del todo, probablemente por la auténtica devoción de doña Marjua. Cuando el Sacerdote alzó la voz clamando al cielo por lo que sus ojos veían; doña Maruja, sin perder la compostura y con voz calma justificó su presencia diciendo que no quería llegar tarde a la celebración y que un contratiempo inesperado le había impedido acudir conforme el precepto. El sacerdote, con un tono de «qué vamos a hacer con esta mujer» dijo: * Bueno, señora Maruja vaya a su casa y vuelva como Dios manda que entretando recitamos unos salmos. Así era la vida entonces; curioso. Otro día contamos más anécdotas de Marjua. Un saludo.